Las pinturas perdidas del románico alavés: Estíbaliz, Armentia y Ayala
Cuando comenzó a divulgarse el patrimonio románico alavés a finales del siglo XIX y principios del XX, fueron paulatinamente despuntando una serie de edificios a los que se prestó mayor atención, con Estíbaliz y Armentia a la cabeza, dejando más o menos al margen centenares de iglesias y ermitas diseminadas por la provincia. En esta temprana valoración, pronto matizada y ampliada con los aportes, entre otros, de Federico Baraibar o Ángel Apraiz, las pinturas murales eran obviadas, siendo la arquitectura y la escultura las artes que captaban la atención de estos estudiosos pioneros. En tierras alavesas no había aparecido rastro alguno asimilable a los grandes conjuntos de pintura románica que se estaban dando a conocer por toda Europa, lo que a la postre redundó en que el foco de las futuras restauraciones se pusiera en la recuperación arquitectónica de los edificios.
Con ello, los muros fueron poco a poco despojándose de las capas históricas que los cubrían (desde el revoco original hasta los encalados más recientes), desfigurando por completo su imagen. En unas décadas, los interiores de las iglesias se convirtieron en auténticos pedregales. Quedaron así a la vista las fases constructivas, los rellenos de material pobre, la mampostería irregular y, en definitiva, todo aquello que la pintura debía ocultar y unificar. Podemos sentirnos tentados a pensar que “no hay mal que por bien no venga” y que, con ello, ahora podemos saber mucho más de la historia constructiva de estos templos; pero no, la pérdida de incontables obras e información histórica nunca podrá quedar ocultada por el beneficio que supone poder contemplar el esqueleto arquitectónico.
Como demuestra la fabulosa colección fotográfica reunida por Federico Baraibar y Lorenzo Elorza en 1912, esta tendencia fue imparable y transversal, afectando a las iglesias más notables y a las más humildes. Por ejemplo, en las fotografías de la basílica de Armentia se aprecia cómo las columnas, los capiteles y los arcos que soportaban el perdido cimborrio estaban pintados. Muy probablemente nos estarían mostrando capas de épocas recientes, de escaso valor, pero no sabemos qué estaban ocultando… Viendo la calidad de los talleres escultóricos, ¿cómo no imaginar una maravillosa pintura medieval o de épocas posteriores? Una observación atenta demuestra que parte de estas capas pictóricas han sobrevivido a las sucesivas restauraciones que ha sufrido el templo en el siglo XX, aunque apenas son ya perceptibles.
Analizando en detalle las fotografías antiguas de la ermita de Nuestra Señora de Ayala se pueden ver curiosos cambios que nos hablan de las vacilaciones que a menudo han acompañado a la decoración mural. En la primera de las fotografías, fechable en la década de los ochenta del siglo XIX, no se ve con claridad capa pictórica alguna, pero es posible que ciertos restos inspirasen el grueso despiece de sillares que se llevó a cabo pocos años después, tanto en el exterior del pórtico como en su interior. Aún hoy pueden verse los restos de esta decoración reciente.
Detalles de dos fotografías de la colección de Baraibar-Elorza. Izquierda, antes de la primera restauración / Derecha, después.
Detalle de la parte supuerior de la portada con el grueso despiece de sillares.
Lo mismo puede observarse en multitud de portadas, ventanales y muros que, en la colección de Baraibar-Elorza, se comprueba que estaban ricamente decorados con pintura, muchas de ellas de probable datación reciente, pero otras tal vez de origen medieval, y que hoy se nos muestran con la piedra desnuda a la vista. El ejemplo de la iglesia de Añua nos permite ilustrar a la perfección esta circunstancia.
Antes (fotografía de la colección Baraibar-Elorza, principios del XX) y después (fotografía actual de la portada).
Pero tal vez el ejemplo más representativo sea el de Estíbaliz, cuyas tempranas intervenciones documentamos en un estudio reciente. La iglesia de Estíbaliz, cumbre del románico del País Vasco, llegó a principios del siglo XX, cuando empezaron los primeros trabajos de restauración, siendo poco más que unas ruinas “felizmente bien conservadas” en palabras de Ricardo Becerro de Bengoa. Baraibar y Elorza fijaron su atención en este templo desde la temprana fecha de 1878, momento en el que obtuvieron unas primeras fotografías que ilustran a la perfección el problema al que nos enfrentamos. En ellas, por ejemplo, se puede ver un tímpano en la portada speciosa de datación incierta, pero con un revoco blanco que sugiere la posibilidad de que estuviera pintado.
Fotografía recortada de Estíbaliz en la que puede apreciarse el tímpano revocado. Colección Baraibar-Elorza.
Una vez en el interior, otra fotografía del muro norte nos muestra un retablo decorado con pinturas barrocas y, en la parte superior, se puede comprobar que las bóvedas estuvieron pintadas con despieces de línea simple (tal vez en almagre). A partir de 1906, con la primera intervención del interior concluida, las fotografías evidencian que se enlucieron los muros y las bóvedas imitando este mismo despiece, ocultando con ello “los primorosos frescos […] casi borrados” que describiera José Cola y Goiti en 1892 y de los que no nos ha quedado resto alguno. De hecho, él no dudaba de que en Estíbaliz podía hacerse “una verdadera restauración en la parte de pintura y de escultura, que es lo más difícil de hacer”.
Fotografías de la colección Baraibar-Elorza. Izquierda, muro norte con altar antes de la restauración / Derecha, vista de los capiteles después de las primeras intervenciones en el interior.
Lamentablemente, todo apunta a que pesó más la valoración de Sixto Mario Soto, quien en 1894 argumentaba que se debían “borrar algunas pinturas que en los muros aparecen, fruto desdichado y despreciable de pintor chabacano”. No podemos saber cómo eran estas supuestas pinturas de Estíbaliz, pues en las últimas restauraciones de los años setenta se procedió a sacar la piedra de sus muros, dejando la mampostería a la vista con un profundo rejuntado de cemento y abujardando por completo sillares, columnas y todo elemento pétreo que tuviera algún resto de pintura. Cayeron por supuesto en saco roto las duras críticas que en 1913 lanzó el arquitecto Teodoro Anasagasti, quien recordaba con dolor cómo en Estíbaliz se habían “limpiado todos los paramentos, quitando al edificio lo más hermoso que tenía, la pátina del tiempo”.
Vista actual del interior de la iglesia.
Por suerte, la probable dejadez de los albañiles que trabajaron en las últimas obras nos ha permitido rescatar algunos mínimos restos pictóricos del edificio. En la clave de la bóveda que cubre el cimborrio, la parte más alta del edificio e inapreciable desde la nave, se pueden observar una serie de vivos colores que contrastan con el cromatismo que caracteriza a las iglesias medievales alavesas (fondo blanco de cal y decoración pincelada en almagre). En cambio, en el capitel del Pecado Original se pueden ver aún unos pocos restos de pintura roja, si bien no es posible, a simple vista, concluir ni la cronología ni cómo pudo estar decorado todo el capitel.
Detalles de los escasos restos pictóricos conservados en Estíbaliz.
A falta de estudios concretos sobre estos restos pictóricos, no podemos saber si nos hallamos ante los restos de un conjunto pictórico de importante calado, comprensible si atendemos a quiénes fueron sus poderosas promotoras –lo que abriría la puerta a valorar la posibilidad de que los “primorosos frescos” que citaba Cola y Goiti pudieran ser pinturas románicas–, o si por el contrario nos muestran una capa posterior –en tal caso, en posible conexión con los trabajos de pinceladura renacentista que tan frecuentes fueron en suelo alavés a partir del XVI y que trabajaban con unas gamas cromáticas mucho más ricas–. En todo caso, no podemos olvidar que otras iglesias como la de Nanclares de la Oca o las cercanas de Argandoña y Añua también presentan pintura mural colorista de época medieval en sus ventanales.
Pero el objetivo de esta entrada es, además de conocer más detalles sobre la iglesia de Estíbaliz, seguir trabajando en la concienciación sobre la necesaria conservación de los estratos históricos que, aún hoy, cubren los muros de multitud de templos. Una actuación desinformada, por muy bien intencionada que pueda estar, arranca a golpe de bujarda siglos de historia que jamás podremos recuperar.