Además de la bella ventana absidial, en cuyos capiteles vemos un águila de frente con las alas extendidas y dos cuerpos de león que comparten la cabeza en esquina, todavía se conservan otros restos románicos de gran interés, como la línea de canecillos que rodea el edificio y los bien labrados sillares que conforman sus muros. Sin embargo, debido a la presión que el sedimiento de la montaña ejerció sobre el muro norte, tras años de acumularse sin que nadie lo retirara, la iglesia sufrió severos movimientos que condujeron a un derrumbe parcial de la estructura, con lo cual se quedó sin la bóveda de cañón apuntado y sin la portada, ubicada al sur. Tras la reconstrucción, se rehizo la puerta con los restos de alguna de las arquivoltas que tuvo que tener la portada románica, perdiéndose el resto para siempre… ¿o no?
Recientemente, tras una visita pormenorizada a la iglesia, pudimos localizar los restos de la portada del templo medieval que se perdió tras el derrumbe. Y estaba mucho más cerca de lo que se podría pensar. En el interior de la ermita, hoy desvestida de retablos y mobiliario litúrgico, a la altura del presbiterio, resisten los restos de dos columnas rematadas en dos hermosos capiteles coronados por una cornisa con roleos vegetales. Sobre ellos, se aprecia el arranque de un arco con las mismas estrías que tiene el arco rehecho de la puerta actual del templo. Este vestigio había sido identificado hasta el momento por otros investigadores como los restos de un arco triunfal que servía de acceso al presbiterio, a pesar de que son varios los indicios que nos empujan a pensar que se trata del lado izquierdo de la antigua portada, rescatada de entre los escombros y conservada por los vecinos de antaño en el interior de la propia ermita.
De los dos capiteles conservados de la antigua portada, uno de ellos muestra decoración vegetal, mientras que en el otro se representa una de las escenas más curiosas y expresivas de todo el románico alavés: un pecador con túnica que se agarra las vestiduras mientras un par de demonios con garras y rostros animalescos se lo llevan arrastras sosteniéndolo de los brazos y tirándole del pelo. Todo un ejemplo de la maestría que alcanzaron los escultores del taller que trabajó en San Juan de Amamio y toda una advertencia contra una vida de pecado que finalmente tendría sus consecuencias.
Este descubrimiento a plena luz del día nos muestra cómo, en muchas ocasiones, resulta difícil interpretar la historia de los edificios y las idas y venidas que éstos han sufrido a lo largo del tiempo. Que un elemento arquitectónico o escultórico se encuentre hoy en una ubicación concreta no significa que ésta lo haya sido desde los inicios de su creación. Así, en San Juan de Amamio se ha dado el caso de que la antigua portada de esta bella ermita estaba oculta ante los ojos de todos, confundiendo sus capiteles con los de un inexistente arco triunfal del ábside. Y es que a veces, aunque parezca imposible, el patrimonio se mueve.