Sacamos la lupa para fijarnos al detalle en la portada de la parroquia de San Andrés de Virgala Mayor. En esta sencilla entrada no vamos a centrarnos en los elementos iconográficos más llamativos desplegados en los capiteles, que nos permitirían emparentarla con la iglesia de San Pedro Apóstol en Matauco −al otro lado del puerto de Azaceta−. Al contrario, tendremos que afinar la vista o emplear una buena cámara de fotos (jugando después con el contraste de las imágenes), para poder apreciar un aspecto apenas perceptible: las columnas de la portada están repletas de incisiones, de sencillos grafitos de todo tipo y condición.
Antes de nada, el caso de Virgala Mayor es una muestra perfecta de la evolución de la sensibilidad hacia la arquitectura románica y el arte medieval en nuestro territorio. Conviene apuntar que la iglesia sufrió una serie de intensas reformas durante el siglo XIX, en las que quedo patente la querencia del momento por las formas neoclásicas y el total desprecio por su pasado medieval (como curiosidad, en la torre intervino el arquitecto neoclásico alavés por antonomasia, Justo Antonio de Olaguibel diseñó la reedificación entre 1797 y 1799). Entre 1821 y 1828, el libro de Fábrica documenta la intervención de un vecino de Maeztu, el cantero Vicente de Nanclares, al cual debemos una autentica labor de maquillaje y ocultación del templo medieval. Por ejemplo, sabemos que recibió el encargo de realizar un maestreo neoclásico, que desfiguró el aspecto de la fábrica primitiva, restándole verticalidad y ocultando los apeos de la bóveda con pilastras jónicas.
También fue el responsable de erigir un nuevo baptisterio, empleando para ello “piedra silla sacada de dos arcos de la iglesia” y de ejecutar una tosca pila bautismal que vino a sustituir a la original románica. Por suerte, Vicente de Nanclares dejo una pista para la posteridad: la pila medieval fue sepultada en el lugar de ejecución de la obra, enlosando posteriormente la superficie. Gracias a ello, pudo ser desenterrada y recuperar su preminencia (desplazando a la nueva, reconvertida en pila benditera).
La última intervención del cantero arrayano es la que en esta ocasión más nos interesa, pues el pórtico también fue profundamente transformado en ese momento del XIX. La “puerta antigua”, la portada románica, se cegó por completo, el atrio se abovedó y, adyacente a la portada original, se habilitó un nuevo acceso a la iglesia. La ocultación podéis entenderla mejor con las siguientes imágenes:
San Andrés de Virgala Mayor es por tanto un ejemplo paradigmático, de ese desinterés por el románico durante un largo tiempo. Pero, ¿cuándo pudo enmerdarse esta situación? En el caso de Virgala Mayor, la recuperación de la pila bautismal y la portada, y el completo remozamiento del templo, se debe a la voluntariosa intervención de los vecinos y vecinas de los años 90, que viendo la delicada situación que atravesaba el edificio no dudaron en intervenir para frenar el deterioro. Por lo tanto, del ocultamiento de la primera mitad del XIX hemos pasado al deslumbramiento de la primera mitad del XXI, y hoy nos maravillamos ante esta hermosa portada, plagada de incisiones casi ocultas.
Ahora sí, podemos echar un vistazo a los grafitos a los que hacíamos alusión al comienzo del escrito. Esta entrada no pretende ser un estudio minucioso y sistemático de los mismos, y busca más bien despertar la curiosidad sobre un aspecto que generalmente se pasa por alto. Nos valdremos de los escritos de distintos investigadores que han trabajado el tema con solvencia y profundidad, para ir apuntando algunos datos. Como punto de partida, resulta excepcional el texto de Josemi Lorenzo Arribas “Grafitos medievales. Un intento de sistematización”, en el que se argumenta su valía, más allá de una mera “anécdota o una simple curiosidad”. Y se nos recuerda un aspecto crucial a la hora de valorarlos: los encontramos desde la Prehistoria hasta nuestros días, por lo que ciertas dataciones resultan sumamente complejas.
En Virgala Mayor tenemos una suerte de muestrario de elementos recurrentes dentro de las inscripciones más habituales. Por ejemplo, nos topamos −al menos− con dos nudos de Salomón, un ideograma al que Lorenzo Arribas también ha dedicado un fabuloso artículo, en el que se nos expone la popularidad que alcanzó este motivo decorativo en época medieval, y el gran debate que siempre rodea a estas singulares incisiones: “el nudo de Salomón históricamente ha sido utilizado con dos funciones: decorativa o simbólica, sin que una anule la otra, y resulte difícil deslindarlas en muchas ocasiones”.
El sentido decorativo se evidencia al encontrarnos con nudos y entrelazos de este tipo en repertorios decorativos. La lectura simbólica en cambio, parece ofrecerle un potencial apotropaico, protector, acentuado quizás −como apunta Lorenzo Arribas−:
Cuando se redoble la potencia simbólica del propio nudo con la de la cruz, esta vez sí, cuando se formalice esta a partir de aquellos, como veremos, logrando el sincretismo de este ideograma precristiano (el nudo) con otro, si bien ancestral, totalmente aculturado e icónico (la cruz).
En el artículo al que estamos remitiendo, se muestran varios ejemplos románicos, como un precioso capitel en Santa María l’Estany (Barcelona), la pila bautismal de la iglesia de Santa Fe en Zaldibia u otro sencillo nudo ubicado en una columna del claustro bajo del mítico monasterio de Santo Domingo de Silos. Comparativamente, uno de los nudos de Salomón de Virgala Mayor tiene una cantidad de cordones excepcional. Pero es que, además, en esta portada también contamos con otro elemento afín, la estrella de ocho puntas. Una vez más: ¿mera decoración o finalidad profiláctica?
En Virgala Mayor todo parece figurar, al menos, por partida doble. Otro elemento relativamente habitual que suele mencionarse en los repertorios de grafitos peninsulares es el ‘alquerque’, el tablero de un popular juego de mesa medieval. Al respecto de varios alquerques identificados en Álava, contamos con un completísimo artículo de Raúl Sánchez Rincón (publicado en el nº 15 de Espacio, tiempo y forma), en el que nos muestra ejemplos vinculados a la ermita de San Miguel de Okariz, la iglesia de San Vicentejo o la basílica de San Prudencio en Armentia. A ese listado, podemos sumar ahora tres nuevas piezas ubicadas en esta singular portada:
Pese a que la mayoría de los estudiosos defienden que los alquerques fueron dameros de juego, parte de la cátedra sostiene que algunos de ellos pudieron tener un sentido simbólico relacionándolos con elementos protectores, con ritos esotéricos y/o iniciáticos o con otras funciones que se nos escapan.
Y expone las principales razones que despiertan esta sospecha: muchas de esas representaciones aparecen en posición vertical; tienen un reducido tamaño, imposibilitando quizás su uso como lugar de juego y aparecen junto a otros elementos incisos. Desde luego, el caso de Virgala Mayor parece cumplir las tres: estamos hablando de una columna, no tienen una dimensión muy acusada y, como venimos comprobando, se encuentran rodeadas de infinidad de grafitos de todo tipo y condición.
Llegados a este punto, la hipótesis profiláctica, vinculada a una carga simbólico de tipo protector, parece indicada para el caso que nos ocupa. Es difícil precisar la fecha en la que fueron realizadas las incisiones, pero, al momento de ejecutarlas, alguien nos legó un auténtico catálogo. Como curiosidad, uno de los alquerques responde a la modalidad clásica, pero los otros dos se rematan en la parte superior con un añadido semicircular (dibujando casi, casualmente, algo semejante a una iglesia con su cabecera, y dotándoles de una cierta semejanza laberíntica). Además, uno de ellos presente una retícula doble: se ven los caminos del tablero, para mover las hipotéticas fichas, pero presenta también una trama de rayas en cruz.
Sin animo de extendernos mucho más, tan solo apuntar que en las columnas de la portada de Virgala Mayor hay también diversos cuadrúpedos (un mínimo de cuatro). Resulta imposible asignarles una especie en particular (si bien uno de ellos, con la pata levantada, podría ser la simpática adaptación de un león rampante. Un animal presente en Virgala Mayor y en la portada análoga de Matauko −colocamos una foto a continuación−. Con una carga todavía más significativa en un templo como este, asociado cronológicamente al reinado de Fernando III), pero todos son diferentes, con trazos más gruesos o sutiles.
Por último, el ojo atento se topa igualmente con varios signos de forma circular. Algunos con varias incisiones concéntricas; otros quizás inacabados, pero remitiendo a las flores octofolias o hexapétalas del románico.
Desde luego, estos grafitos no habían pasado desapercibidos hasta la fecha, pero al visitar la iglesia nuevamente la semana pasada, dentro de las “Rutas Patrimoniales” ofrecidas por Álava Medieval – Erdi Aroko Araba en colaboración con la Cuadrilla de Montaña Alavesa – Arabako Mendialdeko Kuadrilla, nos pareció oportuno dedicarles este breve texto. En un artículo que Diana Pardo y Mª Dolores Sanz escribieron acerca de la restauración de la portada de Virgala Mayor en el nº 0 de la revista Akobe (1999), ya apuntaron esta peculiaridad, pudieron dibujar y perfilar algunos de ellos, e indicaron la necesidad de realizar un “calco de las incisiones aparecidas en los fustes de las columnas”. Desconocemos si esa labor, comprendida dentro de los tratamientos ideados, se ejecutó. En caso afirmativo, sería el punto de partida ideal para poder ampliar esta entrada y estudiarlos con mayor detenimiento.