Un año más, ante la proximidad de las Fiestas de Álava en honor a San Prudencio y Nuestra Señora de Estibaliz, los dos principales templos románicos de la provincia vuelven a acaparar la atención del público, y se disponen a acoger a los miles de visitantes que hasta allí se acerquen el 28 de abril y el 1 de mayo, respectivamente.
En esta ocasión, vamos a poner el foco en la Basílica de San Prudencio (y San Andrés) de Armentia, para exponer el proceso de (re)descubrimiento de uno de los elementos más característicos y estéticos del templo: el tetramorfos situado en los ángulos del crucero, una buena muestra de la maestría escultórica de los talleres que trabajaron en Armentia hacia el 1200. Como podremos comprobar, estas piezas permanecieron ocultas durante más de un siglo, y tan solo a comienzos del siglo XX fue posible sacarlas a la luz nuevamente.
Hoy en día, al visitar el templo armentiense, encontramos varios puntos de especial interés: la decoración de las ventanas del ábside (tanto al interior como al exterior), el complejo solapamiento de restos escultóricos en el atrio o el fabuloso conjunto de canecillos distribuidos en el costado meridional del templo. Una vez dentro de la iglesia, al aproximarnos hacía la cabecera y situarnos en el crucero, basta elevar la vista para maravillarse ante las cuatro figuras del Tetramorfos (la representación de los 4 evangelistas -Mateo, Marcos, Lucas y Juan- mediante figuras antropozoomórficas), acompañadas de ménsulas con ángeles trompeteros y de un segundo soporte con personajes figurados.
Sin embargo, todas las personas que se aproximaron hasta Armentia durante los últimos años del siglo XIX (y principios del XX), con un interés renovado en su valía histórico-artística, no lo tuvieron tan sencillo. Y para poder disfrutar de estas originales esculturas tuvieron que realizar una incursión en las alturas. Por fortuna, contamos con un detallado (y divertido) relato acerca del primer grupo de “excursionistas científicos” que pudo identificar el Tetramorfos. En el siguiente escrito, contenido en las Descripciones de Álava de Ricardo Becerro de Bengoa (escrito en 1880, y publicado póstumamente en 1917-1918) (Link aquí), se nos narra una simpática excursión acontecida en julio de 1870:
“Una escalera de caracol conduce á la torre, que es de reciente y pobre construcción. Dimos vuelta al pequeño pasadizo, resto del antiguo claustro, en el que el cura guarda su trigo, su vino y su aceite. Íbamos a dar por concluida la visita, cuando el párroco nos dijo que en el desván, sobre las bóvedas de la iglesia, había unos curiosos bultos de escultura.
Dio Amador la orden de subir, y pasando por las habitaciones del cura, tomamos el rumbo de aquellas alturas. El cura se echo al hombro una escalera de mano; tomé yo un farol en el que ardía un pobre cabo de vela, y, uno tras otro, espantando una camada de gatos que retozaban en el pajar, subimos la primera pared, tropezando en las vigas y resbalando á menudo en las convexas rampas de la bóveda de la Iglesia. Ei farol apenas alumbraba; los gordos se escurrían con su mole por entre los escombros, los flacos agarrados de las manos se daban mutuo apoyo cada vez que, en aquella original excursión, puesto en falso un pie, perdían el equilibrio, y mientras tanto el cura afianzaba su escalera de asalto, subía el primero, y la aseguraba después, para que al ascender los expedicionarios no dieran con su humanidad en el polvo. Al fin nos hallamos sobre la bóveda del crucero. Allí estaban en los cuatro ángulos o pechinas, los bultos de que hablaba el cura. Allí debió alzarse majestuoso el domo o cúpula que la iglesia tuvo y cuyos arranques se conservan aún. Sobre los cuatro capiteles de donde partían los arcos que forman hoy la bóveda moderna, se hallaban las pechinas que iban a sostener la base de la cúpula. Allí están aún según el estilo románico las representaciones simbólicas de los cuatro evangelistas. Allí, en la bóveda oscura, sin que nadie se acuerde de ellos, ostentan el águila, el toro, el león y el ángel, sus ropajes, sus libros, sus estilos y sus alas, allí Juan, Mateo. Marcos y Lucas en singularísima apariencia tal cual no la he visto en ningún otro templo, ni en ningún tratado de arqueología, tienen unido a su tronco humano el símbolo de sus acompañantes por cabeza y remate. Solo algún curioso rebuscador de empolvadas antigüedades, sube de farde en tarde a contemplarlos, para lamentar después el olvido y soledad en que yacen estos restos, en una arruinada aldea […]”.
Para poder comprender esta narración, es preciso apuntar que en 1776 la iglesia de Armentia sufrió una remodelación integral que trastoco sin remedio la fabrica original románica. En ese momento, seguramente tratando de solventar una situación de gran deterioro, la iglesia cambió profundamente su morfología: el antiguo edificio medieval quedó oculto dentro de una gran “caja”, la nave se volvió simétrica, se edificó la casa cural, se habilitó una nueva sacristía, la torre, y, en el centro del crucero, se realizó “una bóveda de arista” bajo la línea del tetramorfos, ocultándolos irremediablemente.
Esta última intervención puede comprenderse mejor en la comparativa fotográfica que aquí os compartimos, donde es evidente el antes y el después.
Tras el sorprendente hallazgo, no solo Becerro de Bengoa dejó por escrito el descubrimiento. También lo hizo su amigo y acompañante, Amador de los Ríos (Link aquí). Pero nada se hizo entonces por intentar rescatarlas, lo cual explica que años más tarde, ya en 1900, Manuel Díaz de Arcaya volviera a narrarnos su encuentro. El mítico cronista vitoriano conocía los pormenores de la excursión de 1870, y animado por ello se dispuso a escudriñar el edificio, en contra de la opinión del nuevo párroco, quien “afirmaba que no había sobre las bóvedas resto alguno de tales esculturas”. Finalmente las encontró, pudo analizarlas con detenimiento, e incluso fotografiarlas, a pesar de las pésimas condiciones de iluminación y confort que existirían sobre la bóveda:
Cuando al declinar aquella tarde yo abandonaba las escondidas bóvedas; ¡qué de pensamientos se agolpaban en mi escitado cerebro! ¡Aquellas esculturas, galana muestra de un arte que espiraba con la duodécima centuria, habían permanecido ocultas en la soledad de su tenebroso escondrijo por casi siete siglos, sin que los hijos de los fervientes varones que las erigieron, se acercaran a visitarlas en la lobreguez del rincón que las guarece! Y aquellas esculturas, que se yergen aún en el mismo punto de su primitivo emplazamiento, no sólo son una página del arte románico en los comienzos del siglo XIII, sino que también, acusando la existencia en el pasado de un domo en el crucero de la Basílica, proclaman la grandeza de este templo en el ayer.
A pesar de los múltiples errores del texto de Díaz de Arcaya (lo mismo sucede con los escritos de Becerro de Bengoa, valiosos por su condición pionera pero plagados de imprecisiones), su escrito refleja esa sorpresa ante el descubrimiento de un tesoro oculto. Desde ese momento, una vez publicada su monografía sobre Armentia (Link aquí), estas esculturas escondidas recibirían seguramente no pocas visitas. En septiembre de 1902, por ejemplo, el catedrático Enrique Serrano Fatigati fue guiado hasta allí por Eulogio Serdán. Y juntos, gracias “a la amabilidad de la guardiana del monumento”, pudieron acceder hasta lo alto y ver de primera mano las obras.
Y entonces, tras esta sucesión de visitantes ilustres, ¿cuándo pudieron finalmente ser despejadas las esculturas? Pudimos aproximarnos a este momento en la investigación que dedicamos a la colección fotográfica de Federico Baraibar y Lorenzo Elorza, y que publicamos con el título DESCUBRIENDO EL ROMÁNICO ALAVÉS en 2019. En el caso de Armentia, son veinte las fotografías que se le dedican en el álbum, y las imágenes que van de la nº 26 a la nº 30 reproducen precisamente las esculturas del tetramorfos que venimos describiendo.
En un período de reformas que arranca en el año 1904 y finaliza en 1908, se realizó el nuevo cimborrio de Armentia que podemos apreciar hoy día, dejando completamente a la vista las misteriosas figuras. Sabemos, por tanto, que las fotografías de Baraibar y Elorza debieron obtenerse en el período que resta entre 1908 y 1911. Y, comparándolas con las realizadas por Díaz de Arcaya una década atrás, se hace evidente el retoque de alguno de los ángeles trompeteros.
Sin animo de extendernos mucho más, cabe apuntar que este conjunto ha recibido notable atención a lo largo de las últimas décadas, relacionándolo principalmente con las representaciones de los Evangelistas del monasterio de Irache (y discutiéndose si Armentia inspira al conjunto navarro o viceversa), Jaca o Fromista. Acerca de su datación, cabría situarlo entre las labores del segundo taller presente en Armentia, en torno al 1200, momento de finalización del cimborrio y de la iglesia original. Para ahondar en su lectura iconográfica, véase “El tetramorfos angelmorfo en Irache y Armentia: análisis iconográfico e iconológico” (1988) de José Javier López de Ocáriz y Alzola; o “Resonancias compostelanas en el Tetramorfos de Armentia” (1989) y “El foco de Armentia. Escultura románica alavesa” (1991) de Margarita Ruiz Maldonado.
En el terreno alavés, únicamente encontramos un ligero eco del Tetramorfos armentiense en Gazeta. Allí, dos de los capiteles que sostienen la bóveda del presbiterio de la Iglesia de San Martín de Tours, presentan esta misma representación angelomorfa, con una calidad en la talla en absoluto equiparable y una datación quizás algo más tardía (a continuación, dos fotografías de los capiteles de Gazeta pertenecientes al fondo López de Guereñu (c. 1940-1960), y una imagen del estado actual del Tetramorfos -imagen de Románico Digital-).s