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Vamos a recordar en esta sencilla entrada el bicentenario de un episodio histórico quizás menor, pero de una gran ejemplaridad a la hora de dibujar el convulso panorama socio-político que se vivió en Álava durante la primera mitad del siglo XIX. Una parte del texto que sigue a continuación procede del libro La ciudad perdida. Historia cultural del Convento de San Francisco de Vitoria-Gasteiz, una investigación colectiva que tuvimos el placer de editar en Sans Soleil Ediciones en 2018.

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El 4 de mayo de 1823 se pronunciaba en la iglesia del desaparecido convento de San Francisco de Vitoria-Gasteiz un incendiario sermón “en acción de gracias por la destrucción del sistema constitucional”. Ejemplo perfecto de la ligazón entre el pulpito y la ideología, la exhortación fue pronunciada por el Padre Fray Casimiro Díaz de Acebedo (Lector de Sagrada Teología en dicho convento), en presencia del Duque de Angulema, quien estaba al mando de los Cien Mil Hijos de San Luis.

Este contingente militar del Reino de Francia había irrumpido en escena en el mes de enero, avanzando por el territorio sin apenas resistencia (con notables excepciones, como fue el caso de San Sebastián o Pamplona), con el objetivo de liberar a Fernando VII de lo que concebían como un cautiverio debido al régimen constitucional y al sistema liberal.

En este punto cabe recordar que en marzo de 1820 Fernando VII se había visto obligado a jurar la Constitución de Cádiz, dando así comienzo el llamado ‘Trienio Liberal’. En el caso alavés, fueron años de una enorme inestabilidad política, y de constantes intentonas de insurrección capitaneadas mayormente por miembros del clero. El primer intento de rebelión se vivió en Labastida en 1821, pero ese mismo año hubo también un alzamiento más numeroso en Salvatierra y, en el momento de aplacar la revuelta, fue evidente la participación masiva de religiosos fugados del convento franciscano de Vitoria, con el propio Casimiro Díaz de Acebedo a la cabeza.

No por casualidad, este personaje terminaría siendo popularmente conocido en la capital alavesa como ‘Fray Demonio’, convirtiéndose en el máximo exponente local de una suerte de arquetipo representativo de ese periodo histórico particular: el de los religiosos trabucaires, que no dudaban en dejarse llevar por la desmesura y las pasiones ideológicas, tratando de imponer trabuco en mano sus posiciones. Por ello, desde la intentona de alzamiento en Salvatierra hasta 1823 desconocemos cual fue la andadura de Díaz de Acebedo. Quizás vivió esquivando al ejercito gubernamental o a las milicias nacionales, acompañando a algún grupo de voluntarios realistas. Y, con la irrupción de los Cien Mil Hijos de San Luis en escena, no dudó en regresar a Vitoria el 11 de abril en compañía del capitán realista alavés Nicolas Gaviria.

A partir de ese día, ‘Fray Demonio’ tendría por delante tan solo unas semanas, antes de pronunciar el sermón al que hacíamos referencia. Por fortuna, esta homilía, cumbre indiscutible de esta radicalización que venimos ilustrando, fue impresa y distribuida por Baltasar Manteli, por lo que podemos analizar algunos puntos a continuación. Este punto es fundamental, pues era el propio Ayuntamiento de la ciudad quien encargaba y sufragaba una pequeña tirada de estos sermones. Además, nos consta que no fue el único, pues ese mismo año hay constancia de dos más en parecidos términos: “de gracias y desagravios para confusión de libertinos y desengaño de preocupados” y a “fin de inspirar a cuantos le lean el debido horror a las revoluciones que tantos daños acarrean a la Religión y al Estado”.

Ya el título del texto de Díaz de Acebedo resulta sumamente elocuente, al tratarse de un sermón “en acción de gracias por la destrucción del sistema constitucional” (el texto completo puede consultarse en el siguiente enlace), al que atacará con enorme inquina:

La Constitución, ese código civil que el Cuerpo de esta nobilísima Provincia tendrá siempre el honor de no haber querido proclamar, y que solo pudo haceros recibir la violencia de los pérfidos enemigos de la patria, no es un código sagrado inspirado por el cielo para nuestra felicidad, ni una quinta esencia de la sana moral y del Evangelio, como con sacrílego atrevimiento han pregonado los apóstoles del filosofismo; sino un código abominable proyectado mucho tiempo ha por el infierno, inspirado por los demonios a los filósofos jansenistas, fracmasones y otros sectarios de la incredulidad, preparado de ante mano por estos impíos con la mayor sagacidad, y promulgado en nuestros días en justo castigo de nuestras culpas.

Esta diatriba señala confusamente a todos los enemigos, a los que acusa de las tribulaciones padecidas por los sacerdotes: “a unos confinados a los presidios, á otros gimiendo y agonizando en los cadalsos”. Desde luego, en este sermón en el que los franceses llegan a ser considerados “nuestros protectores”, Díaz de Acebedo demuestra que el escarmiento a los facciosos que habían participado en las intentonas alavesas de revuelta de 1821 había servido de bien poco.

En su caso, curiosamente, podemos seguir sus andanzas durante tres décadas. Un primer sermón de 1813 concebido como “oración panegírico-fúnebre en loor de los patriotas difuntos” en el transcurso de la guerra de Independencia (en el que Napoleón, “bárbaro e inhumano”, es considerado una “fiera carnívora”). Este texto de 1823, loa a la monarquía absolutista, en el que llega a sugerir el restablecimiento del Santo Tribunal de la Inquisición; y, ya en 1833, al inicio de la Primera Guerra Carlista, se conoce esta grotesca cantinela atribuida al seráfico fraile, en la que el discurso reaccionario se renueva en favor de una nueva línea sucesoria:

Pelead, pues, valientes:
Gritad, con ardor;
Viva Carlos Quinto,
Y la Inquisición.

Tras el paso de los Cien Mil Hijos de San Luis por Vitoria, la capital alavesa quedaría a merced de la radicalidad realista del diputado Valentín de Verástegui y del alcalde Lorenzo López de Vicuña, cuyas draconianas disposiciones, como apunta Alfaro Fournier, “eran acogidas con general repulsa, incluso por la mayoría de sus correligionarios; pero no les faltaban adeptos que los animaran a mayores excesos, sobre todo desde los púlpitos”. A modo de ejemplo del tipo de medidas adoptadas, cabe apuntar la carga simbólica que pudo tener un acto de deshonra aplicado a la figura de Miguel Ricardo de Álava y Esquível, más conocido como el General Álava, por “haber seguido hasta el fin, el ominoso sistema constitucional” (más información sobre este episodio, pinchando aquí).

Respecto al Padre Fray Casimiro Díaz de Acebedo, siguió ejerciendo su lectorado de Teología, ascendiendo incluso hasta lector primero, o “de prima”, en 1830, y convirtiéndose en guardián o superior del convento. Tan solo los religiosos que manifestaron algún tipo de simpatía hacia la Constitución fueron sancionados, y quienes obraron en su contra no recibieron reproche alguno.

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Para conocer con más detalle todo este periodo, y su incidencia en el devenir del convento de San Francisco de Vitoria-Gasteiz, os invitamos a consultar el volumen mencionado al inicio de este breve texto.

La ciudad perdida

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