El viernes fuimos entrando en faena con dos magníficas intervenciones por parte de Miguel Sobrino e Íñigo Ezquerra. Dos charlas distintas, pero sumamente complementarias. De ahí salimos con una idea más profunda de lo que significaban los claustros románicos en la Edad Media y, también, cuáles eran los principales retos a los que se tuvieron que enfrentar los canteros medievales.
El sábado, con el fresco de la mañana, pusimos rumbo al Monasterio de Iranzu para conocer de cerca el arco que, después, tendríamos que replicar a escala. Este monasterio cisterciense es uno de los edificios más interesantes para comprender las distintas fases constructivas que nos llevan del románico al gótico y las soluciones que se emplearon para las distintas cubiertas del claustro. Después del necesario almuerzo, Torres del Río nos dejó atónitos con la complejidad de su bóveda: todo un alarde constructivo para un edificio lleno de misterios.
Con todo este bagaje, el sábado por la tarde arrancaron los trabajos en Estíbaliz. El intenso calor no nos lo puso fácil pero, una vez familiarizados con el material, las herramientas y la dinámica de trabajo, todo comenzó a rodar.
El domingo, con las muñecas ya entrenadas, nos pusimos manos a la obra para intentar cerrar el arco diseñado por Iñigo. Las horas fueron pasando y las ganas de verlo terminado hicieron que nos olvidáramos incluso del hambre… por lo que, casi a las 16 horas, pusimos la clave que cerraba nuestra magnífica construcción. Toda una lección sobre las dificultades que esconden los edificios medievales.
Ya por la tarde, el pequeño grupo que aún estábamos en Estíbaliz, hicimos una visita guiada al monasterio y sacamos una conclusión clara: después del esfuerzo y el aprendizaje de este fin de semana, no volveremos a ver las construcciones medievales con los mismos ojos.
ÁLBUM FOTOGRÁFICO DEL CURSO: