El dios Jano en Armentia. Pistas para una hipotética reconstrucción de la gran portada
Armentia es una joya inagotable. Desde que su misteriosa portada fuera deshecha en 1776 y sus restos terminaran desordenados y esparcidos por lugares insospechados, los historiadores del arte y los entusiastas del románico y del arte en general nos enfrentamos a un enigma tras otro cada vez que estudiamos lo que ha quedado. Algún día habrá que enfrentarse al reto de intentar reconstruir la fachada que Bernardo Ibáñez de Echavarri describiera en su Vida de San Prudencio (1753) como “lo más primoroso en este particular”. Cada vez contamos con más datos que nos permiten sospechar cómo podrían articularse los “dos cuerpos” de los que hablaba el polémico jesuita, pero eso será materia de otro estudio, mucho más extenso y desarrollado que la pequeña curiosidad que atenderemos en las próximas líneas.
Dentro del puzle en el que se ha convertido el pórtico de Armentia, aparecen figuras de todo tipo. Algunas se identifican con claridad, mientras que otras resultan de muy difícil interpretación por la destrucción y el desorden al que fueron sometidas. Siempre incido en la importancia de tener en cuenta el contexto y de la necesidad de valorar el resto de las imágenes con las que “dialoga” aquella que nos interesa analizar. Sin embargo, en Armentia esto no es posible. Por ello, aquí nos ocuparemos de un detalle que, en una mañana en la que acudí a obtener unas fotografías, llamó mi atención. Tal vez no se más que eso, una simple curiosidad, pero quizá pueda aportarnos alguna que otra pista para imaginar la gran portada que debió tener el templo armentiense.
Al fondo del pórtico, enmarcados por unos fabulosos pilares decorados con estatuas, encontramos las escenas de la Anástasis o descenso de Cristo a los Infiernos, junto a la composición en la que se solapan el entierro de Cristo con la llegada de las tres Marías y la aparición del ángel que les anuncia la resurrección del difunto. Pues bien, si nos fijamos en el pilar de la izquierda, donde un dinámico Abraham eleva su espada para sacrificar a su hijo Isaac, veremos cómo se adosa perfectamente sobre una jamba decorada con figuras fantásticas y formas vegetales de todo tipo. Esta jamba es una de las claves que pueden ayudarnos a recomponer la antigua fachada… pero eso, como ya decía, será motivo de otro estudio. Entre estas figuras, aparece un personaje portando algo en su mano derecha con un rostro doble. ¿Qué está representando? Lo cierto es que no hay muchas opciones… El dios del viento Bóreas podía representarse también como una figura bifronte, aludiendo al viento doble que soplaba en el Euripo, pero no deja de ser una excepción; el dios por excelencia de doble faz es Jano. Entonces, la pregunta más bien sería: ¿qué pinta el dios romano Jano en Armentia?
Veamos un poco el contexto. Esta parte del pórtico se suele vincular al tercer taller de Armentia, que trabajaría en la gran fachada en las décadas de los 80 y 90 del siglo XII. Lo cierto es que la concreción de los tres talleres es discutible, pero sí que corresponde a un tipo de románico avanzado que se desarrolló especialmente a finales del siglo XII. En este período se hicieron muy populares los modelos procedentes de la Antigüedad clásica en general y de Roma en particular. En Armentia, desde luego, lo vemos con claridad al echar un vistazo a los canecillos, pues vemos allí a un flamante espinario que estaría copiando alguna de las versiones existentes en su tiempo (una de las más famosas, datada en el siglo I a.C., se conserva en los Museos Capitolinos y se tiene constancia documental de su existencia desde al menos el siglo XII). Pero también en el pórtico vemos a un hombre a caballo, de polémica interpretación, que está calcando la estatua ecuestre de Marco Aurelio (s. II) que, en la Edad Media, se creía que representaba a Constantino y por ello se salvó de las destrucciones iconoclastas. Es decir, tenemos el contexto propicio para que, un dios Jano romano, en principio aparentemente ajeno a la plástica románica, pudiera tener también su lugar en una de las obras más importantes del arte medieval alavés.
Ahora veamos muy brevemente quién era Jano dentro de las creencias de la Antigüedad. Como explica Pierre Grimal, se trata de uno de los dioses más antiguos del panteón romano y está estrechamente vinculado a los orígenes de la ciudad del Tíber. Los mitógrafos no se ponen de acuerdo sobre sus orígenes (unos lo consideran una divinidad indígena y otros procedente del extranjero), pero sí hay más consenso en que fue él quien erigió una ciudad en la colina que recibiría el nombre de Janículo (actual Trastévere) donde, entre otros, engendraría a su hijo Tíber. Tras la muerte de su esposa reinaría en soledad el Lacio, considerándose una auténtica edad de oro en la que sus habitantes lo aprendieron todo del mítico rey bifronte. Tras su muerte, Jano fue divinizado y los mitógrafos fueron enriqueciendo su biografía. Uno de sus episodios más sonados fue el de la salvación de Roma de la conquista sabina. Grimal lo resume del siguiente modo:
En la época en que Rómulo y sus compañeros raptaron a las mujeres sabinas, Tito Tacio y los sabinos atacaron la nueva ciudad. Una noche, Tarpeya, hija del guardián del Capitolio, entregó la ciudadela al enemigo. Éste escaló las alturas, y estaba a punto de rodear a los defensores, cuando Jano hizo brotar ante los asaltantes un surtidor de agua caliente, que les asustó y les puso en fuga. Para conmemorar este milagro, decidióse que en tiempo de guerra se dejaría siempre abierta la puerta del templo de Jano, para que el dios pudiese acudir en cualquier momento en auxilio de los romanos. Esta puerta solo se cerraba cuando reinaba la paz en el Imperio de Roma.
A partir de estas fuentes, Jano se convirtió en el dios protector de los umbrales, de los lugares de tránsito. Así, por ejemplo, Ovidio decía en sus Fastos con relación a la doble cabeza del dios que “toda puerta tiene dos caras, una a un lado, otra a otro”. Pedro Ángel Fernández Vega, en su libro La casa romana, recuerda que “Jano ejerce sobre la puerta una función tutelar, es un portero divino, perennemente vigilante, cuyas competencias traspasan, sin embargo, estos recortados límites. La propia etimología lo designa propiamente como paso o tránsito; se trata del dios de los comienzos, pero entendidos no como algo estático o fundacional, sino en transición. […]. También preside los cambios en el tiempo, por lo que su festividad se celebraba en las calendas de enero […]. Ello enfatiza aún más el rol desempeñado por la puerta en cuanto vehículo de comunicación entre dos mundos, exterior e interior, público y privado, cuya articulación o transición se canaliza a través de ella”.
Esta conexión de Jano con los meses, los inicios del año, la vemos claramente en sus representaciones dentro de los calendarios medievales. Jano, dios que con un rostro despide el año que se va, mientras que con el otro saluda el año entrante, aparece con frecuencia en esta iconografía que recorre portadas y decora muros, algunos de ellos célebres como el Jano “entre puertas” del Panteón Real de San Isidoro de León. Uno de los puentes entre la Antigüedad romana y el mundo medieval pudo ser, inicialmente, Isidoro de Sevilla con sus Etimologías, quien describe al dios del siguiente modo: “Jano viene de ianua, puerta del mundo, del cielo y de los meses; tiene dos caras, una al oriente y otra al occidente”. No muy lejos de Armentia, en la iglesia de San Pedro de Treviño, podemos ver otro Jano sentado entre dos puertas, de forma frontal y bajo una suerte de arco, dando inicio a un imponente calendario escultórico. A partir del siglo XII, tanto las fuentes escritas como las imágenes se multiplicaron de forma exponencial, haciendo que el dios bifronte fuera una imagen absolutamente familiar para las personas del momento.
Pero el Jano de Armentia es distinto y no parece guardar demasiada conexión con los repertorios de los calendarios, al menos no de manera directa. Aparece de espaldas, está vestido con una toga ceñida al cuerpo y presenta dos detalles que, por el desgaste de la pieza, cuesta mucho descifrar. Se apoya sobre unas formas onduladas y, en su mano derecha, sostiene algo que resulta muy complicado describir. Si vemos otros ejemplos en miniaturas, pinturas o esculturas, encontramos con frecuencia a Jano vestido con nobles galas, generalmente sentado a la mesa y cargando con sus manos platos o cálices para degustar el habitual banquete de celebración del cambio de año. Otras variantes, como el calendario de Ardanaz o el de la catedral de Pamplona muestran a un Jano portando llaves, incidiendo así en su condición de guardián de las puertas y los lugares de paso.
Aunque la pieza no está en condiciones óptimas, con lo aportado hasta aquí podemos apuntar algunas ideas. Desde luego no se trata de un Jano que marque el inicio de ningún calendario, pero sí podría haberse inspirado en algún modelo procedente de estos ciclos iconográficos. Lo que es más probable es que esté aludiendo a una de sus cualidades más destacadas, la de protector de los umbrales. Si el objeto que porta en su mano fuese una llave perfectamente reconocible, no tendríamos duda alguna de que éste sería el sentido con el que fue integrado en la composición. Pese a no ser más que una hipótesis, esta sospecha puede aportarnos interesantes pistas para sugerir que tanto el pilar del sacrificio de Isaac como la base sobre la que se apoya, donde está el dios de doble rostro, podrían estar en la portada, en una ubicación cercana al acceso y umbral principal del templo.
Miniatura del templo del dios Jano en la obra “Histoire Ancienne jusqu’á César, Dijon, BM, ms. 562, f. 204v.