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El culto a los parientes difuntos: una atribución femenina en la Baja Edad Media

por | Jul 14, 2020 | Blog, Mujeres y Edad Media

En los siglos XIV y XV el simbolismo, la ritualidad y las vivencias que rodeaban a la muerte tenían un carácter bien distinto al actual. Las implicaciones espirituales que vivir en una sociedad eminentemente cristiana tenía, se hacían plausibles con contundencia en un proceso de despedida compuesto de numerosos actos, entre los que estaban: la extrema unción, el velatorio, el cortejo del cadáver hasta la iglesia, los lloros y plantos, las oraciones, las misas y las ofrendas funerarias. Las mujeres cumplían un papel importante en el ámbito de los ritos bajomedievales asociados a la muerte, ya que se encargaban de llevar a cabo acciones específicas que contribuían a que el alma de sus parientes difuntos saliese bien parada del Juicio Final y a que su memoria permaneciese viva.

Uno de los reflejos de esa función femenina era la atribución del cuidado de la sepultura familiar, entendida entonces como uno más de los pertenecidos de las casas. Así, en las iglesias, mientras los hombres se sentaban en los bancos situados al pie del altar, las mujeres lo hacían sobre las tumbas de sus antepasados; bien es cierto que muchas no contaban con este signo de prestigio y tomaban asiento sobre sillas que transportaban hasta el templo o en el suelo. El cargo de cuidar del panteón familiar y mantener la comunión con los parientes fallecidos se traspasaba de generación en generación entre las señoras principales de cada casa. Es lo que se advierte en muchos contratos de matrimonio, en los que se donaba la casa familiar a un hijo o hija, con la condición de que el nuevo matrimonio se ocupase de rendir culto a los difuntos de la misma.

Cuando un miembro de la casa moría, se activaba un ritual que daba comienzo con el velatorio, seguía con el cortejo del cuerpo a la iglesia en procesión y con la celebración de varias misas, y finalizaba con el entierro después de algunos días. La relevancia del papel de las mujeres en ese contexto radicaba en que ellas se encargaban de realizar las ofrendas funerarias de sus parientes. Unas ofrendas que cumplían, junto al resto de actos, la importante función de rememorar al difunto, mejorar su situación en el Más Allá y evitar que su alma fuese lanzada al Infierno. Eran los propios testadores quienes encomendaban a sus madres, hijas, tías o criadas la labor de ofrecer sobre su sepultura obladas de pan y cera en forma de velas durante cierto tiempo, dejando previstas cantidades en metálico para sufragar los gastos.

Imagen 1 y 2. Ritual femenino. Iglesia de Alaiza (Álava, s. XII).

Por ejemplo, Pedro González de Logroño, barbero vitoriano, ordenó en su última voluntad de 1448 que Mari González, su hija y criada, ya viuda, llevase la oblada a sus honras fúnebres y lo siguiese haciendo también durante el año posterior a su muerte. Fijaba el tamaño que el pan debía tener y compensaba con 300 maravedís su labor:

“E mando que me trayan en la dicha yglesia en un anno oblada e candela e oblaçion. E mando que la dicha oblada que sea de un pan de peso. E mando que me traya la dicha oblada Mari Gonçales, mi fija e criada, muger de Martin de Sant Vicente, mi criado. Mandole por su trabajo de traer la dicha oblada tresientos maravedis” [1].

Asimismo, el canto de endechas, odas fúnebres que las parientes de un fallecido improvisaban ante el público asistente al funeral para honrar a su memoria, constituían otra de las tradiciones femeninas relacionadas con la muerte. Este uso parecía relacionarse en cierta manera con la particular dramatización y exteriorización del dolor que realizaban las gentes medievales en forma de plantos, con gritos, convulsiones, autolesiones y otras manifestaciones agitadas. Parece que versificar alabanzas por el difunto y llorarle caminaban de la mano y, a finales de la Edad Media, ambas costumbres fueron paralelamente vetadas por considerarse deshonestas.

Imagen 3. Plañideras llorando en funeral. Sepulcro de doña Toda Pérez de Azagra (Santa María la Real de Nájera, s. XIII).

La endecha dedicada por doña Sancha Ochoa de Ozaeta a su marido, Martín Báñez de Artazubiaga, fue recogida por el cronista guipuzcoano Esteban de Garibay. El homenajeado había sido asesinado en 1464 en la ferrería de Ibarreta, sita en las cercanías de Mondragón, como consecuencia de la espiral de violencia desatada entre diversos linajes tras la sonada quema de dicha villa. Entre los asesinos figuraba un hermano del señor de Aramayona, a quien la autora de la endecha, tras mostrar su amargo dolor, lanzaba una amenaza de venganza[2]:

Oñetako lur au jabilt ikara
Lau aragiyok berau bezala,
Martin Bañez Ibarretan il dala 

Artuko dot esku batean gezia,
Bestean suzi irats egurra,
Erreko dot Aramayo guztia.

Esta tierra de los pies me tiembla,
también las cuatro carnes,
Martín Báñez ha muerto en Ibarreta.

Tomaré en una mano el dardo,
en la otra la antorcha encendida,
quemaré toda Aramayona.

En síntesis, puede afirmarse que el culto a los parientes difuntos constituyó un ámbito de competencia exclusivo de las mujeres de cada casa, que lo desarrollaron en forma de cuidado de la sepultura familiar, de realización de ofrendas de pan y cera sobre la misma, y de canto de endechas en memoria de los fallecidos. Esos ritos acostumbrados, desaparecidos con el transcurrir de los siglos, son reflejo de la sociabilidad femenina de otro tiempo. Y sin duda, fueron relevantes en aquellas sociedades bajomedievales en las que la fe cristiana imbricó la visión del mundo de sus miembros, ya que se entendieron como favorecedores de la salvación del alma de los seres queridos.

Notas:

[1] DÍAZ DE DURANA, José Ramón: Álava en la Baja Edad Media. Crisis, Recuperación y Transformaciones Socioeconómicas (c. 1250-1525), Vitoria-Gasteiz: Diputación de Álava, 1986, doc. 38, pp. 75-77.

[2] GARIBAY, Esteban de: Memorias de Garibay. Ed. GAYANGOS, Pascual. Madrid: Real Academia de la Historia, 1854, pp. 46-47.

*Esta entrada forma parte del proyecto “La mirada estereotipada hacia el pasado. Mujeres, género y sexualidad en el imaginario de la Edad Media alavesa”, financiado por la Diputación Foral Álava / Arabako Foru Aldundia.

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